Cinco metros cuadrados

Los entretelones de las estafas inmobiliarias en democracia tienen, con “Cinco metros cuadrados” (2011) del realizador español Max Lemcke, una tragicómica resolución, mediante el viacrucis de una joven pareja queriendo casarse y comprar su primera vivienda. Ello, dentro de la línea de producciones como “El pisito” (1959) de Marco Ferreri, donde una pareja del franquismo quiere hacer realidad el sueño de tener casa propia, durante la crisis habitacional anterior al despegue económico de los años sesenta.
El film se abre con las panorámicas del Benidorm de rascacielos y desarrollos habitacionales, surgidos antes del estallido de la burbuja inmobiliaria durante la crisis financiera del 2007 que acabó con un lugar paradisíaco de la Costa Blanca valenciana; y se centra en la conversación entre Montañés, un especulador de bienes raíces, y Arganda, el alcalde corrupto de la localidad donde, con la complicidad de funcionarios del organismo encargado del medio ambiente, quieren construir el conjunto “Señorío del Mar” recalificando una zona protegida desde la cual, además, no se vislumbra mar alguno: “ —Dame la licencia/ —¿Y si lo miran en Medio Ambiente?/—En Medio Ambiente estamos todos, hombre”.

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