Connivencias del poder político y económico en España
Título: Cinco metros cuadrados
Dirección: Max Lemcke
Guion: Daniel y Pablo Remón
Intérpretes: Fernando Tejero, Malena Alterio, Emilio Gutiérrez Caba, Manuel Morón y Lola Moltó
Fotografía: José David Montero
País y año: España, 2011
Duración: 85 minutos
Los entretelones de las estafas inmobiliarias en democracia tienen, con “Cinco metros cuadrados” (2011) del realizador español Max Lemcke, una tragicómica resolución, mediante el viacrucis de una joven pareja queriendo casarse y comprar su primera vivienda. Ello, dentro de la línea de producciones como “El pisito” (1959) de Marco Ferreri, donde una pareja del franquismo quiere hacer realidad el sueño de tener casa propia, durante la crisis habitacional anterior al despegue económico de los años sesenta.
El film se abre con las panorámicas del Benidorm de rascacielos y desarrollos habitacionales, surgidos antes del estallido de la burbuja inmobiliaria durante la crisis financiera del 2007 que acabó con un lugar paradisíaco de la Costa Blanca valenciana; y se centra en la conversación entre Montañés, un especulador de bienes raíces, y Arganda, el alcalde corrupto de la localidad donde, con la complicidad de funcionarios del organismo encargado del medio ambiente, quieren construir el conjunto “Señorío del Mar” recalificando una zona protegida desde la cual, además, no se vislumbra mar alguno: “ —Dame la licencia/ —¿Y si lo miran en Medio Ambiente?/—En Medio Ambiente estamos todos, hombre”.
Con este diálogo, los dos amigos zanjan un negocio sucio más en la larga cadena de proyectos realizados conjuntamente desde el fraude y la confabulación con la colaboración de los sectores dirigentes. Algo que la gran recesión de 2007-2008 demostró, cuando el Estado financió la recuperación de bancos y fondos de inversión que habían especulado con el dinero de los pequeños ahorristas, pero no auxilió a los ahorristas mismos.
El filme centra las prácticas oscuras de estos individuos, las trabas legales introducidas por ellos para impedir una vista judicial de los compradores afectados y la desintegración de la pareja, como consecuencia de las presiones familiares y la falta de un lugar donde vivir. Un lugar ya de por sí destinado al fracaso, pues la estructura de los edificios en construcción está siendo realizada con materiales defectuosos. “Esto no es hormigón ni es nada. Esto está adulterado”, declara otro de los propietarios quien, como ingeniero técnico de obras públicas, está revisando las fundaciones el día cuando Alex y Virginia van con los padres de esta a ver el progreso de la construcción, en una escena reminiscencia de la serie televisiva “Aquí no hay quien viva” (2003-2006), donde trabajaron los actores que encarnan a la pareja en crisis, y que relataba desde la comedia los problemas existentes en una casa de vecindad.
La cámara se detendrá aquí en las estructuras del complejo, abandonadas por constructores y obreros, como esqueletos inservibles y condenados a ser derribados; si bien uno de los vendedores del proyecto le asegurará a Alex que “la estructura está fenomenal” cuando vaya a la empresa a reclamar, y le pedirá otros 13.000 euros a fin de seguir adelante con el negocio, ya trunco, pues en la siguiente visita los jóvenes se enterarán de que Medio Ambiente ha cerrado la obra porque sostiene haber encontrado un lince merodeando por el lugar. Pero las circunstancias apuntan mejor hacia la estrategia de querer ocultar su responsabilidad en el desfalco e impedir que haya una investigación judicial de sus componendas ilegales.
“—Han parado la obra/—Tengo el culo pelao de que me paren obras/—Van a sacar las cosas/—¿Qué cosas/—Las cosas/—Cosas viejas, dices/—Cosas viejas, cosas nuevas, todas las cosas/—¿A quién tienes en Medio Ambiente?” Vuelven a conversar los dos mafiosos empresarios, buscando utilizar a sus contactos políticos en la Administración para eludir responsabilidades y silenciar a las víctimas. Aunque la película no se detiene en los resultados de tales acercamientos, se infiere que fueron positivos pues no hay ninguna averiguación con respecto a este u otros negocios del grupo.
Se observa entonces otra instancia de corrupción en las altas esferas que, como enfocó “La cordillera”, quedan en la impunidad y el secretismo más absoluto, amparados por la legalidad del Estado de derecho donde, no obstante, se ponen en funcionamiento los mismos mecanismos viciados de las autocracias. Ello conlleva una pérdida de la credibilidad institucional, puesta a minar las bases democráticas y encender las protestas de la gente exigiendo transparencia.
Sin embargo, el filme de Lemcke empañará más aún tales aspiraciones, cuando muestre cómo los especuladores buscarán arreglar el impasse con los compradores estafados, al ofrecerles otros apartamentos a fin de sacárselos de encima y que no se descubran los desfalcos anteriores, pudiendo ellos preservar así una mampara de respetabilidad y confianza. Pero ese “simulacro de verdad”, no convencerá a quienes quieren enfrentar legalmente esta situación signada por la ambigüedad, la falsedad y el robo aparentemente legal de su dinero con diabólica premeditación y alevosía. De hecho, las viviendas ofrecidas por la constructora, en unos superbloques sin vistas y pésimos acabados, serán rechazadas por el grupo, en aras de llevar adelante una demanda contra la compañía.
Al contratar un abogado e ir a Corte, los compradores estafados se darán de bruces con la laberíntica estructura del sistema judicial español, que ha sido repetidamente puesto en tela de juicio, nunca mejor dicho, por los demandantes y los medios de comunicación, dada su cercanía con quienes forman parte de las élites políticas, sociales y económicas. Los entretelones del sistema, donde los grupos de poder influyen en muchas resoluciones para llevarlas a su terreno y salir favorecidos, actuará una vez más en contra de la ciudadanía, al reconocer el súbito cambio de sede jurídica de la empresa constructora, hecho con objeto de no necesitar presentarse a la vista ni responder a las acusaciones. Los costes legales de iniciar nuevamente el proceso desanimarán al grupo dejándoles en manos de los estafadores quienes, amparados por las componendas de un sistema viciado, les ofrecerán ahora unos pocos miles de euros, enfrentándolos ahí a la realidad de haberlo perdido todo.
Se repite así a pequeña escala la ruina de ahorristas, contribuyentes y nuevos propietarios por culpa de la especulación financiera de 2008, en que el Gobierno cínicamente pidió a las familias y a los bancos “apretarse el cinturón, austeridad y respeto al dinero del contribuyente”, cuando ya era demasiado tarde. La economía especulativa que llevó a la pérdida de esos ahorros y, en muchos casos, las viviendas compradas con hipotecas de alto riesgo durante la burbuja inmobiliaria, fue salvada por los generosos rescates institucionales, pero quienes se quedaron sin nada en su mayoría nunca volvieron a encontrar trabajo y, por tanto, tampoco pudieron rehacer sus finanzas ni salvar sus casas.
Ello estrechó todavía más los vínculos entre el Estado y las empresas y bancos, en detrimento del ciudadano común. “La agenda de un expresidente de Gobierno, de un exministro, es muy valiosa para un banco, porque te da contactos, te permite hacer dinero en trabajo de lobby”, apunta, en el documental “Mis ahorros, su botín” (2012), un periodista especializado en el tema económico, sintetizando la simbiosis de los grupos de poder que, al unísono, estampan la bota contra el pueblo, aplastando sus esperanzas por obtener un mejor nivel de vida mientras ellos siguen enriqueciéndose.
En un sistema como el español donde la economía está centralizada, el libre mercado deja de funcionar y son las intervenciones gubernamentales lo que motoriza a las empresas, garantizándoles un margen de beneficios sostenido en las épocas de bonanza y manteniéndolas a flote durante los períodos de recesión. Y si, como en el caso de la inmobiliaria del film, ciertos funcionarios estatales avalan sus manejos con la connivencia de algunos magistrados judiciales, entonces pocas posibilidades tendrá la gente para conservar lo que tanto esfuerzo le ha costado obtener. De hecho Alex acabará perdiendo el trabajo, la novia y la casa quedando, como tantos, a merced de la depresión y la desesperación.
“Cuando estábamos empezando, allá por 2007-8, aún no había estallado la crisis del ladrillo y, simplemente, empezamos a leer en la prensa sobre algunos casos de afectados que se estaban dando. Entonces nos pareció que podíamos contar algo actual que no se estaba mostrando en el cine”, explica el director, quien comenzó a planear el film tras leer la noticia de un hombre viviendo dentro de un garaje al haber perdido el domicilio que iba con su puesto de estacionamiento.
Una muestra entonces de las dificultades por las cuales atravesaron los españoles entonces y, pese al descalabro producido por la crisis, entre 2015 y 2019 se volvieron a disparar los precios de la vivienda, como consecuencia de la agresiva acción de inversores nacionales e internacionales buscando obtener un alto rendimiento a capitales muchas veces obtenidos fraudulentamente. Ello, sin embargo, no fue tomado en cuenta por los bancos, instituciones de crédito y empresas inmobiliarias, que vieron en esta inyección de dinero líquido una excelente oportunidad para enriquecerse nuevamente, inflando el mercado y endeudando todavía más a la gente.
“Pásate mañana por el banco a ver si te podemos sacar un seguro dental”, le sugiere a Álex un amigo cuando le pide un crédito, a fin de aprovechar la situación para venderle un producto, agobiándolo con una obligación más en un momento cuando seguía pagando la cuota inicial y las mensualidades de una casa que nunca se iba a terminar de construir, en un mercado donde muchas viviendas no tenían comprador y estaban, justamente, en manos de los bancos e instituciones financieras gubernamentales culpables de la recesión.
“Estoy hecha una puta mierda porque no tengo marido ni casa ni nada... para eso estoy yo trabajando diez horas al día”, se lamenta ante Alex Virginia, en el cuarto del hotel donde se han mudado tras pasar un mes viviendo con los padres, y del cual saldrá finalmente para volver a ellos, al abandonar los planes de boda y dejar a Alex solo ante la desesperanzada situación donde ambos acabarán perdiendo pues destruirá sus planes de futuro. “Tengo cuarenta y tres años. A mí me han jodido la vida”, reconoce otro de los afectados por la estafa, haciéndose eco de una realidad que aúna por igual a grupos de edades y orígenes diversos, poniéndolos ante el dilema de seguir adelante pero sin saber muy bien hacia dónde
La incertidumbre ante el mañana, como constante de esta contemporaneidad, se ha agudizado dada la profunda desigualdad social que las estructuras políticas y financieras han provocado en el nuevo milenio, trayendo más violencia, pobreza e intolerancia. El terrorismo, las limpiezas étnicas, el fanatismo religioso, la destrucción del ecosistema, los nuevos virus, la reaparición de enfermedades que parecían haberse erradicado, se aúnan a la falta de perspectivas. Esto produce el estancamiento de la sociedad y, consecuentemente, influye en el aumento del descontento ante el modo como los grupos de poder han manejado sus intereses llevando a la desobediencia civil, como un acto político contra los políticos mismos, cuyas actuaciones han traído consigo el rechazo de la gente, polarizándola todavía más y enfrentándola ideológicamente en una encrucijada de gran ansiedad cultural.
La pérdida del respeto a las instituciones, al no haber sabido representar los intereses del colectivo, ha motorizado las manifestaciones globales que, desde 2019, tienen como denominador común el colapso del crecimiento económico con graves consecuencias para el desarrollo de los países, especialmente en las regiones más desasistidas. Ello ha minado la confianza en la idea de progreso, poniendo a la mayoría en situación de precariedad extrema, en tanto que el uno por ciento restante ha terminado controlando aproximadamente la mitad de la riqueza mundial.
Esta abrumadora discordancia en la era de las conexiones ilimitadas e instantáneas ha unido a la gente, llevándola a manifestarse masivamente contra las intolerancias resultantes de tal disparidad. La represión del Gobierno ha sido feroz en las autocracias, aunque muchos países democráticos han tratado también de silenciarlas presionados por los sectores influyentes; especialmente el del capital trasnacional, cuyo ascendente en los asuntos de Estado es de muy largo alcance en Latinoamérica, tal cual se observó con “La cordillera”.
“Cinco metros cuadrados” aborda estos asuntos, desde la actuación en solitario de Alex quien, llevado por la frustración y la rabia, secuestra al mafioso empresario culpable de sus desgracias, y lo ata dejándolo contra una de las columnas de la estructura donde había depositado su ilusión por construir un futuro en pareja. Esta tragicómica vuelta de tuerca, en que la víctima toma el lugar del victimario, de cierto modo constituye un acto de justicia poética, al menos por el tiempo que dure la quimera, desagraviando al integrante de la mayoría desatendida y agraviando a quien pertenece a la minoría en control. Algo que la realidad pocas veces permite, pues la bota del “gigante de siete leguas” de José Martí es hoy un conglomerado internacional de capitales, con un poder superior al de los países donde tiene sus sedes, y pisa sin contemplaciones los destinos de la gran mayoría negada, sin embargo, a seguir en silencio.
“Si miro hacia atrás he intentado que los míos tuvieran las cosas básicas, ningún lujo (...). Lo que le quiero decir, Adolfo, es que soy un hombre, que no soy un animal (...). ¿Por qué no tengo mi casa?”, le espeta Alejandro al especulador mientras lo ata, condensando el sentir de los colectivos, en pie de guerra contra el enriquecimiento astronómico de unos pocos a costa del sacrificio de muchos, y contra las políticas del Estado y la corrupción de algunos de sus representantes.
La última escena, con Alejandro en una patrulla solidariamente acompañado por Virginia, sobre una panorámica del esqueleto de “Señorío del Mar” a punto de caer bajo la piqueta de los obreros, abarca el conjunto de angustias y paradojas del nuevo milenio; pues si, por un lado, el sistema judicial y gubernamental sancionan al pequeño infractor, por el otro, protegen al gran estafador aunque la prueba de su pillaje esté a la vista de todos, encendiendo los instintos bélicos de quienes no tienen perspectivas de futuro. Algo que en España ha tenido ramificaciones violentas, especialmente en Cataluña y el País Vasco donde la guerrilla urbana ha desestabilizado la vida nacional y ha enfrentado a la población dentro y fuera de las fronteras regionales.
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