POR PEDRO GARCÍA CUETO
Cuando Rolf Liebermann accedió la dirección de la Ópera de París en 1973, se planteó evitar el concepto elitista de la ópera, para que llegara a la mayoría del público. Su gestión convirtió a la ciudad, tras una etapa de cierta crisis, en un referente cultural en toda Europa.
Liebermann empezó los preparativos para llevar al cine sus piezas más bellas, como Don Giovanni de Mozart. Tras plantearle la idea al nuevo responsable de la productora Gaumont, Daniel Toscan du Plantier, ambos coincidieron en lo atractivo del proyecto para llevarlo a cabo, como una película.
Toscan le ofreció el proyecto a Patrice Chéreau hacerse cargo de la dirección. Chéreau era entonces un joven cineasta de poco más de treinta años que debutó en el cine en 1975. Chéreau no acababa de ver claro el proyecto y abandonó el mismo, pasando a manos de Joseph Losey, la segunda persona en la que Toscan pensó para comenzar la filmación. Pero Losey carecía de experiencia en el mundo de la ópera y eso condicionó su mirada al proyecto. El famoso director se preparó musicalmente con Janine Reis, directora de los estudios de la Ópera de París, quien se encargó de interpretar el clavecín en los momentos recitados de la obra de Mozart.
Losey no se adaptó bien al complejo proceso de la película. Liebermann fue quien decidió quiénes iban a ser los actores que iban a interpretar los papeles principales. Eligió a Ruggero Raimondi para el papel principal. De hecho, el cineasta no conoció a los actores hasta el primer día de grabación. El problema vino de la mirada de Losey a un mundo que no era suyo. Empezó a dar indicaciones a los actores para que interpretaran, lo que molestó a estos, ya que no era un director de ópera.
Una vez concluido el registro musical de la ópera, el rodaje del film dio inicio durante la primavera de 1978 en Vicence, cerca de Venecia. El director dejaba notas a los actores, lo que molestaba a estos. En un ambiente tan hostil, la película se dirigía al desastre. Losey no tenía al lado a un Dirk Bogarde para que entendiera sus inquietudes, sino a cantantes de ópera, acostumbrados a la excesiva gestualidad, que no entendían la mirada de Losey a la ópera.
Losey les pedía a los actores que no exagerasen, pero estos no estaban acostumbrados a modelar sus gestos a las intenciones de un director de cine.
Acerca del argumento, Don Giovanni cuenta la historia de un seductor muy conocido, un Casanova que seduce a todo tipo de mujeres. El enredo está servido, lo que demuestra que la ópera es de las más conocidas de Mozart. Al igual que en el Don Juan Tenorio de Zorrilla, se amenaza al seductor con ir al infierno si no cesa en su continuo afán de seducir mujeres. El seductor acabará condenado al infierno.
Lo más interesante de la película es la manera en que Losey crea el personaje de Don Giovanni, lo moldea como un hombre que se rebela a lo establecido, que no se deja llevar por el mundo que lo rodea. Diríamos que lejos de condenarlo, lo exculpa, como si fuera un libertador de las pacatas costumbres de la época.
Si se trata de una experiencia fallida, no podemos decir que la escenografía lo sea, ni la forma en que Losey trata a los personajes, no estamos viendo ópera, sino teatro con música, hasta el punto de hallarnos ante una película realmente insólita.
Hablamos de una película que se aleja del cine de Joseph Losey, un director apasionante que filmó algunas de las obras más interesantes del cine británico de los años sesenta, como El sirviente o Accidente, ambas con un estupendo Dirk Bogarde, su actor favorito.