Alejandro Varderi
Si desde la pandemia la ceremonia de los Oscars había perdido lustre y público televidente, se esperaría que en un año tan crucial para la industria, cual fueron las dos huelgas simultáneas que la paralizaron por meses y la amenaza de las nuevas tecnologías, especialmente el mal uso de la inteligencia artificial, la comunidad artística habría puesto más de su parte para transmitir las urgencias contemporáneas. Pero más allá del saludo del anfitrión Jimmy Kimmel a los trabajadores detrás de las cámaras que apoyaron la huelga, no hubo mayor eco sobre ello, disolviéndose el resto de la noche en chistes malos, actuaciones predecibles y discursos de aceptación en su mayoría nada imaginativos.
Repitiendo una presentación que no resultó en previas ceremonias pues alargaba demasiado la noche, un ganador del pasado habló, cual era de esperarse, maravillas de cada nominado sin decir nada realmente, al punto de que Jennifer Lawrence ni siquiera mostró un ligero entusiasmo al elogiar, parecía que por obligación y sin convencimiento alguno, a Lily Gladstone, la primera americana nativa en ganar un Golden Globe como mejor actriz y ser nominada a los Oscars en la misma categoría. Únicamente Jonathan Glacer, director de “The Zone of Interest”, Oscar a la mejor película extranjera, denunciando la violencia en Gaza; y Mstyslav Chernov el realizador ucraniano de “20 Days in Mariupol”, premio al mejor documental, protestando las masacres por la ocupación rusa de su país, tuvieron una cierta trascendencia. Ryan Wosling, nominado como mejor actor de reparto por “Barbie”, cantando uno de los temas nominados en un despliegue con gusto del kitsch propio de los muñecos de Mattel, logró también movilizar por unos minutos a la audiencia, sacándola de su sopor y borrando la sonrisa congelada en sus labios durante la mayor parte de la noche.
“Oppenheimer”, la favorita de la crítica y el público obtuvo siete estatuillas incluyendo mejor dirección, mejor película, mejor actor (Cillian Murphy) y mejor actor de reparto (Robert Downey Jr.), en un tour de force para Murphy interpretando al artífice de la bomba atómica, tan presente hoy en el mundo cual herramienta de intimidación por parte de autócratas como Putin y Kim Jong Un. En la dirección de Christopher Nolan el proceso de diseño, construcción y uso de esta arma de destrucción masiva cobró visos de peligro inminente antes y ahora, captando con precisión las componendas e intereses de los grupos de poder para obtener el control del dispositivo nuclear que, una vez probado su efecto, salió de las manos de su inventor; si bien Oppenheimer fue culpabilizado, juzgado y condenado al ostracismo por parte de quienes lo habían presionado para que siguiera adelante en sus experimentos. Interesa aquí destacar que la maquinaria legal norteamericana era entonces muy efectiva y actuaba con gran diligencia; todo lo contrario a ahora, cuando ha perdido toda credibilidad y se halla manipulada, desde los juzgados a la Corte Suprema, por el partido republicano.
El uso del color y el blanco y negro para separar la parte del film que compete a la biografía del científico y sus ayudantes —la mayoría de ellos recipientes posteriormente del Premio Nobel—, de la que centra el desarrollo de la bomba y su explosión, le permitió al espectador demarcar lo personal de lo trascendental. Ello, mediante una escenografía de gran plasticidad que extrajo belleza del horror haciéndolo mucho más agudo. La intensa actuación de Murphy, retratando la vida de Oppenheimer desde sus años de estudiante hasta los posteriores a su “triunfo”, llenos de remordimientos y arrepentimientos, mantuvo la atención de la audiencia y sirvió de hilo conductor a lo largo de la fragmentada narrativa. Aquí los fracasos y logros científicos, la complejidad de su relación con las parejas que lo acompañaron en la jornada y el acoso de las organizaciones anticomunistas durante la época del macartismo, cobraron relieves épicos, haciendo del film una gran sinfonía sobre la resiliencia y el genio.
Otro film donde se destacaron estas cualidades fue “Maestro” de Bradley Cooper, y aunque fue nominada en varias categorías no obtuvo ninguna estatuilla. Ello quizás porque en conjunto la película se percibe como forzada y exagerada en muchas de las escenas, especialmente las que competen a la vida familiar del protagonista y aquellas donde aparece dirigiendo la orquesta. Basado en el libro de memorias de su hija, el film destacó lo personal dentro del círculo del hogar sobre lo profesional, dejando a un lado su importante activismo político y dándole poco espacio al ser gay, que Leonard Bernstein abrazó pese a los celos y recriminaciones de sus seres queridos.
Bradley Cooper, quien también coescribió el guion y actuó en el rol principal, recibiendo una nominación como mejor actor, se ajustó demasiado al libro, dejando a un lado biografías más exhaustivas donde se retrata la complejidad del personaje, que le hubieran permitido crear un perfil mucho más pluridimensional. El exceso en los manierismos caricaturizó por momentos el histrionismo del artista, restándole autoridad, si bien captó el dramatismo de Bernstein y su lucha por complacer a quienes lo rodeaban, pero sin perder lo esencial de sí. El uso como en “Oppenheimer”, del blanco y negro y el color para separar épocas y espacios, aligeró el ritmo de la historia, acompañándola con un ágil trabajo de cámara que privilegió los grandes angulares y las tomas cenitales, en las escenas donde se enfatizó lo polifacético del artista y su importancia dentro de la música tanto clásica como popular.
“Poor Things” de Yorgos Lanthimos, nominado como mejor director, fue otra de las películas galardonadas, especialmente en lo que a la producción y el despliegue visual se refiere, obteniendo estatuillas por maquillaje y peinado, diseño de vestuario y diseño de producción. Esta historia con visos góticos inspirada en las películas de Frankenstein centra la historia de Baxter (Willem Dafoe), un científico que disecciona cadáveres para reconstruirlos hasta crear a Bella (Emma Stone, Oscar a la mejor actriz), quien desplegará sus artes seductoras esclavizando a su creador y destruyendo a sus prospectivos amantes.
Como una alegoría al apedazamiento de los cuerpos, la diégesis se presenta cual un edredón construido con muchos pedazos distintos que cobran sentido cuando se perciben en conjunto. Ello le da al film su sentido de irrealidad y fantasía, al tiempo que resalta la bifurcación de personalidades en los caracteres, que van cobrando sentido en tanto se realiza ese trabajo de costura y reconstrucción. Refiriéndose a Bella el director afirma: “Ella nunca llegó a saber qué es la vergüenza, así que es totalmente libre de ofrecer su mente, sus pensamientos, sus opiniones, su cuerpo, lo que sea. Se trata de un ser humano que tiene una oportunidad en el mundo, alguien que no ha sido moldeado de una manera muy específica para ser percibido de un modo particular”.
Tal modo de percepción tuvo su expresión más certera en esta edición de los Oscars con la película “Anatomie d'une chute”, nominada como mejor película pese a no ser un producto de Hollywood ni un film norteamericano. Dirigida por la realizadora francesa Justine Triet, obtuvo la Palma de Oro en Cannes y nominaciones en los Oscars como mejor película, dirección y actriz (Sandra Hüller), ganando en la categoría de mejor guion original. El juicio a una exitosa escritora viviendo con su hijo en una casa ubicada en un paraje desierto de las montañas, acusada de asesinar al marido lanzándolo desde una ventana del desván, centra la acción y despliega el sexismo de quienes buscan inculparla.
En la dirección de Triet, la autora emerge como alguien cuya vida circunstancialmente la hace sospechosa, pero nada en ella es concluyente. Bebe pero no en exceso, es distante pero no cruel, es bisexual pero su sexualidad no es agresiva como quiere verla el fiscal, ama a su hijo pero no lo sobreprotege; y en el fondo quería a su esposo pero la personalidad depresiva, los miedos y frustraciones de este, especialmente por tener una pareja más exitosa, hacían difícil la convivencia. Algo que se muestra en la escena inicial cuando una periodista viene a entrevistarla a su casa y él, mientras trabaja en el desván, pone la música muy alta para obstaculizar el desarrollo de la conversación entre ellas.
El uso de la cámara subjetiva, los grandes primeros planos y el montaje fragmentario creó una gran empatía entre la escritora y el espectador, deslastrando la acción del tono melodramático y acercándola más a películas del género como “The Crucible” (1996) de Nicholas Hynter, “Doubt” (2008) de John Patrick Shanley y “Bella” (2013) de Amma Asante. Los circunloquios del guion dibujando paradojas y dobles sentidos para incrementar la ambigüedad del personaje e instalar la duda en cuanto a su culpabilidad, mantuvieron la atención del espectador y dejaron el final abierto para que cada quien llenara los blancos con sus propias conclusiones.
Otro film lleno de enigmas ha sido “American Fiction”, nominado como mejor película y obteniendo el Oscar al mejor guion adaptado. La decisión de un autor afroamericano y profesor universitario de escribir una novela con todos los clichés del gueto, a fin de mostrar el racismo existente, se transforma en el bestseller con el cual podrá financiar la residencia de la madre y ayudar a familiares menos afortunados. Todo ello en tanto mantiene una actitud crítica en torno a la manipulación de la población de color, por parte de quienes pretenden reducirla a un conjunto de individuos poco educados. y propensos a la droga y la violencia.
Esta ópera prima de Cord Jefferson, quien se ha destacado dirigiendo series televisivas, trajo a la gran pantalla el estilo rápido y escalonado del género, creando diferentes planos de sentido y elaborando una ficción sobre el tema del cine dentro del cine, a fin de imprimirle ironía al argumento. Las panorámicas del paisaje enmarcando las dudas y contradicciones del escritor, perspicazmente interpretado por Jeffrey Wright, nominado como mejor actor, y una iluminación dable de favorecer los colores cálidos, otorgaron un lirismo a la diégesis que contrastó con la violencia contra la población afroamericana, presente en la sociedad norteamericana.
La escena final, escrita y reescrita, filmada y vuelta a filmar dentro y fuera de la acción, logró resumir el conflicto intrínseco a las relaciones interraciales, presente aun cuando los caracteres pertenecieran a la clase educada. Aquí el color de la piel acabó determinando la suerte del protagonista, al tiempo que dejó en evidencia la hipocresía de la población blanca, en su intento de agradar o mostrarse comprensiva con las luchas de los otros. En palabras del director: “En la película tienes, por un lado, una industria que iguala las vidas de los negros, retratándolos como un grupo monolítico con un estilo de vida y un conjunto de historias similares. Por otro, encontramos la yuxtaposición con esta familia negra compleja y llena de matices que muestra la diversidad existente dentro de la comunidad”.
“Past Lives”, primer film de la directora coreano-canadiense Celine Song, nominada como mejor película y guion original, se devuelve a la fantasía de las historias de amor imposible, al estilo de “In the Mood for Love” (2000) de Wong Kar-wai, tejiendo un evocador fresco de imágenes presentes y pasadas en la vida de los caracteres. Aquí dos jóvenes que compartieron su infancia en Corea reconectan en las redes sociales 20 años después. Ella, como exitosa escritora casada con un prominente autor norteamericano viviendo en Nueva York, y él estudiando ingeniería en Seúl tras haber terminado el servicio militar.
Los raccontos a lo vivido se entrecruzan con el momento actual para desarrollar una historia fluida donde los protagonistas se instalan como en un paréntesis entre su vida anterior y la de ahora. Ello, realzado por una banda sonora y una escenografía que puntean las dos culturas intersectándolas. La experiencia de la inmigración y el ajuste a las nuevas realidades de ella, contrastan con el deseo de permanencia y preferencia por lo conocido de él. Y cuando finalmente se reúnen en Nueva York, aquellos años compartidos en la niñez regresan con toda su intensidad densificándose a través de las experiencias de la vida adulta. Se pone a reflexionar así al espectador acerca de sus propios afectos y de cómo lo han marcado a través de la existencia, entregándonos el preciado momento cinemático, que con todos sus altibajos la ceremonia de los Oscars de este año ha puesto sobre el tapete una vez más.
Trailer Oscars 2024