Por Alejandro Varderi
Título: Las herederas
Dirección: Marcelo Martinessi
Guion: Marcelo Martinessi
Intérpretes: Ana Brun, Margarita Irún y Ana Ivanova
Cinematografía: Luis Armando Arteaga
País y año: Paraguay 2018
Duración: 95 minutos
Los privilegios de clase como escudo contra las intolerancias del afuera tienen en “Las herederas”,primer largometraje del paraguayo Marcelo Martinessi, un papel fundamental para resguardar a Chela y Chiquita, pertenecientes a los sectores acomodados de la sociedad paraguaya y quienes han vivido juntas por más de 30 años una plácida existencia, ahora en decadencia, como la casa y la relación misma. Los problemas económicos de la pareja los ha ido paliando Chiquita vendiendo las pertenencias de ambas. Así, la vajilla, la cristalería, la cubertería, los muebles y las obras de arte han ido encontrando lugar al interior de viviendas más prósperas, abriendo espacios vacíos en el hogar y el corazón. Algo que para Chela representa la pérdida de su identidad, pues en cada objeto reside la historia familiar desvaneciéndose con ellos. No extraña entonces que quiera rechazar la ayuda monetaria ofrecida por algunas amigas, pues para ella representa una traición a sus mayores. “Para qué vendimos las pinturas de mi abuelo. Para qué vendimos la platería. Para qué vendimos mis lámparas. Si hasta el auto que me regaló mi papá está a la venta”, exclama, cuando se ve en situación de “vivir de la caridad”, recalca, gritándole a Chiquita y llamándola mentirosa, porque la pérdida de su estatus socioeconómico también menoscaba su fe en una relación otra, escogida cuando ellas decidieron vivir juntas. El film sin embargo no pone a prueba el lesbianismo de los caracteres, considerándolo más bien como un “fait accompli”sin cuestionamiento alguno con lo cual revierte en el sujeto las claves del malestar y las intolerancias. Intransigencias estas aflorando aquí desde el entorno de la casa, una vez que ha dejado de ser el lugar seguro donde mostrarse abiertamente, y enfatizándose consecuentemente el carácter de lo oculto y escondido atribuido al cuerpo femenino. En tal sentido, la cámara tenderá a mostrar a las protagonistas en primer plano o plano medio y en penumbra, dejando abierta al espectador la naturaleza del deseo cuya energía se mueve de soslayo y a contraluz. Ello se observa por ejemplo en la escena donde Chiquita le trae el desayuno a Chela al cuarto completamente a oscuras, abre las persianas para iluminarlo apenas unos segundos mientras corre las cortinas y esta hace un gesto de molestarle ese breve instante de resplandor. Mientras Chiquita se arregla para ir al cumpleaños de una amiga, Chela permanecerá acostada sin hablar y sin mirarla, dejando que sea la voz de su pareja la que guíe el monólogo donde no quiere sentirse incluida. “Vamos Chela, hace tanto que no salís. Va a ver karaoke. Van a estar Marta y las primas que ya volvieron de su viaje… Está bien, me voy yo… sola no más”, expresará Chiquita, contrastándose aquí la voluntad para sobreponerse de una con la apatía depresiva de la otra, en un juego de fuerzas donde paradójicamente será Chela quien saldrá finalmente renovada cuando las circunstancias la obliguen a salir de aquel sopor. Al llegar una acusación por estafa para Chiquita a causa de una deuda que le obliga a pagar pena de cárcel, Chela dará un vuelco a su percepción de la relación, pues se verá en la exigencia de desenvolverse sola y abandonar el espacio de confort constituido por un mundo intocable e intocado. En su imaginario, la ruina material ha traído también consigo una revelación de lo oculto, donde la manera de existir hasta entonces carecerá de sentido, aun cuando al principio intente permanecer aferrada al viejo orden, mientras toca un piano completamente desafinado cercada por los objetos para la venta tan expuestos como ella, o encerrada pintando en su estudio. Se observan ahí las reminiscencia propias de las mujeres de su clase, sometidas a un patriarcado amenazante y envolvente, inscrito en el film mediante lo puntilloso de sus gestos, ya sea con el pincel, encendiendo el reproductor de casetes o alterando el orden de la taza y los vasos en la bandeja que le trae la nueva empleada. Ello refuerza su posición de inferioridad proveniente del dominio de un padre seguramente autoritario y posesivo, quien la mantuvo sobreprotegida y aislada de las realidades exteriores —“mi papá me decía ‘poupée’”— tal cual Chiquita siguió fomentando al tomar el rol de guardiana del orden interior y exterior de su pareja. Tal inferioridad se crece en los días anteriores al encarcelamiento, cuando Chela seguirá evadiéndose de realidades duras cada vez más próximas, en tanto Chiquita va organizándole la existencia para que pueda sobrevivir en su ausencia como hasta entonces. “El coreano ya sabe que La chica va a traer las cosas, menos la carne. Se va a quedar en la carnicería pero hay que pagar. La plata está en el cajoncito”, le indica, en tanto se prepara para entrar al presidio. “Habrá que comprarle desodorante a esa chica”, interpela Chela, la primera vez que la empleada, joven y analfabeta, le trae la bandeja bajo la atenta mirada de Chiquita, quien deplora su reacción. El lugar de las intransigencias propias y ajenas que vienen asociadas con la manera de ver, producto de un entorno cerrado y conservador, se muestra en la crudeza del comentario de Chela y en la reacción más comprensiva de su pareja, mucho más en sintonía con las realidades de una sociedad de tan abismales diferencias como la paraguaya. Algo abordado por la película, contrastando el comportamiento de las amigas de la pareja con el de las compañeras de presidio de Chiquita, en un movimiento de traslación donde la intolerancia estará del lado clasista. “Decime una cosa, ¿de dónde sacaron a esa nueva empleada? Es un desastre. Le pregunté por Chiquita. No me contestó. Quiere decir que ni siquiera habla el castellano. Esta no es como Ñeca…. Ustedes le enseñaron todo. Era una bruta cuando llegó”, se explaya una vecina a quien Chela está haciendo de taxista por primera vez, sin caer en cuenta aún de que esta será su manera de ganarse la vida mientras Chiquita esté encarcelada. Aquí la naturalidad con la cual la vecina desestima al servicio se asocia con los privilegios de los grupos de poder, fundamentalmente de ascendencia europea, en un país mayoritariamente indígena con una lengua propia ampliamente extendida al interior de la cotidianeidad paraguaya. El plano medio de Chela en la casa a la cual llevó a la vecina, sentada entre dos bustos de unos antepasados, donde se la muestra en una actitud tan hierática como la de las esculturas mismas mientras sigue con la vista a Angy, una mujer más joven, introduce el despunte de un deseo germinando entre los símbolos del poder de la clase dirigente, dable de exponer dos formas de intolerancia: la social y la sexual, de manera institucionalizada. Ello le permite al cineasta crear un fluido paralelismo entre ambas en espacios privilegiados y marginados indistintamente, recalcando así las causas de la profunda brecha puesta a dividir a la gente y que aquí se salva temporalmente con la caída en desgracia de las protagonistas. De hecho, un racconto las encontrará entre las voces, gritos y ruidos de una prisión en horas de visita, con Chela informándole a su pareja que está haciéndoles transporte a las amigas para obtener algún dinero. “Vos no deberías andar manejando. Ni registro tenés”, le contesta Chiquita, refrendando la dependencia de Chela en ella hasta entonces. La vuelta a la escena anterior empezará a cambiar sus perspectivas cuando Angy le proponga llevarla en su auto a una cita donde romperá con el novio, comenzando ahí el intercambio de confidencias y el principio de su independencia. En tal sentido, la siguiente vuelta a la prisión la mostrará mucho más segura de sí misma y en completa posesión de una feminidad que enmascara comportamientos considerados privativos del otro sexo, pero que en ella denotan otra ruptura, la de las cadenas atándola hasta entonces a los designios del padre y de Chela. Esta transformación interna se observará también en la intimidad de la casa cuando deje de espiar tras una puerta, mientras la empleada negocia la venta de sus cosas, para ser ella quien tome con seguridad las riendas de las transacciones. Igualmente, su sexualidad experimentará una renovación con el impulso de llamar a Angy y proponerle hacerle el transporte que esta le había pedido anteriormente. Ello dará pie a una profundización en las confidencias y a un acercamiento paulatino entre ambas, dable de producir en Chela una conversión física y anímica integral preparándola para esta nueva ilusión. El uso de ropa más informal y en cierto sentido masculina, irá agrietando la máscara de una feminidad aprendida, liberando los impulsos otros que tres décadas de relación con Chiquita no habían logrado y Angy fomenta mediante proposiciones, invitaciones y cariños; aun cuando el aflorar de las intolerancias también se vislumbra entre las amigas de esta. “Sinceramente yo creo que ella jamás va a hacer de chofer, jamás se va a rebajar a algo así”, comentan frente a Chela de una compañera de infancia necesitada de trabajo, exponiendo los dobleces del clasismo. Los quiebres temporales entre el mundo de afuera y el espacio cerrado de la prisión, con sus respectivos dramas e intransigencias, le imprimen agilidad a la película, quedando para los blancos de la diégesis las soluciones a los conflictos internos y externos, que permanecerán esbozados únicamente mediante personajes creados con gran economía de emociones. De hecho, ambas mujeres vivirán los reveses sin excesos ni histeria, haciendo gala de un estoicismo, heredado en lo social y aprendido en lo sexual, que las lleva a vivir su linaje y su lesbianismo con una naturalidad ajena a los despliegues gratuitos. Doblemente herederas entonces de un saber vivir, aún en situaciones consideradas extremas dentro de su círculo, empinándolas por encima de las miserias e intolerancias de las restantes protagonistas y de la sociedad paraguaya en general, tal cual reconoce la actriz que personificó a Angy: “La historia de ‘Las Herederas’ generó un debate en un país súper machista como Paraguay compuesto por una sociedad que quiere invisibilizar a las mujeres, ‘desde la edad en adelante’. Es una sociedad que intenta convencer que tenemos fecha de vencimiento. Así que ¡imagínate una historia universal contada por una pareja de lesbianas! Lamentablemente en mi país no hay una ley contra las formas de discriminación, partiendo de algo elemental como son los derechos humanos, y mucha gente tomó la película como un canto de libertad”. De ser la “muñeca” del padre a la resuelta mujer —“atrévete”, le recita de un poema suyo Angy— dueña de su sexualidad y de su lugar en la vida de quienes ama, ha habido un largo aprendizaje para Chela, si bien el deseo de reaprender a verbalizar necesidades y emociones se acelera al ir estrechándose su amistad con Angy. Entre los viajes por la ciudad con ella, la vecina y las amigas de esta, la protagonista se hará con un yo propio materializándose al ritmo con que se desmaterializan las pertenencias heredadas, ya sean los objetos o las figuras tutelares. Ello le permite poner distancia con respecto a su mundo anterior y dejar ir hasta con cierta indiferencia las posesiones materiales; en tanto que el padre y Chiquita quedan obliterados por la intensa presencia de una mujer libre y desprejuiciada, quien no solo se apropia del apodo que le daba a Chela el padre, sino del lugar que tenía la amante en su imaginario. Al articular las causas de la represión de sus instintos, Chela pugnará por liberarlos a fin de alcanzar la plena satisfacción de su deseo, dejándose para ello ir en lo sugerente del mundo que Angy despliega a partir de su propia biografía. “Claudia se llamaba. Me acuerdo de la primera vez que le vi en el río. Primero le reconocí a Rafa y después le reconocí a ella…. Yo me metí en el río y caminé hasta la embarcación. Ella me ayudó a subir. Y esa fue la primera vez que estuvimos juntos los tres. A ellos dos les debo todo lo que sé de mi cuerpo”, le confía entre sorbos de vino y el humo del cigarrillo cierta noche en su casa, dando inicio a una educación sentimental, que como la de Gustave Flaubert buscará llevar a Chela hasta el mundo plenamente adulto y deconstruir los miedos, insatisfacciones e intransigencias producto de la contención resultante de su formación y de su clase. La cinematografía enfatizará el placer por la intimidad y lo profundo del encuentro, apuntando apenas los gestos y dejando que sea la mano sosteniendo un cigarrillo, el contorno de una silueta vista a través de la puerta entreabierta o el atisbo de una pierna desnuda sobre el diván lo que enuncie y verbalice; si bien la protagonista flaqueará ante la honestidad sin trabas de Angy, escapando hacia lo familiar y conocido cuando la vea ofrecida ante ella. “¡Poupée! Eso era lo que querías ¿o no?”, interrogará esta, antes de desvanecerse en la noche. La desolación experimentada ante tal encuentro truncado llevará a Chela a recorrer casi a tientas las habitaciones buscándola y a errar por la madrugada de Asunción, hasta instalarse en una mesa solitaria por una calle anodina a devolverse sobre la ausencia. Ante ese desamparo, los lugares conocidos carecerán de espacio en ella, inclinándola más bien hacia lo extraño y ajeno, como una manera de deslastrarse del peso muerto en el cual se ha convertido su existencia anterior. Y es que lo abismal de la pérdida acabará por desintegrar lo que quedaba de hogar y seguridades, decidiéndola a deshacerse de aquel resto. Por eso el regreso inesperado de Chiquita, al haber podido salir de la cárcel antes de tiempo, dejará a Chela a la deriva y sin palabras con que expresar su orfandad. Al Chiquita volver a tomar la dirección de su cotidianeidad —quiere vender el auto que le regaló el padre sin siquiera consultarla—, Chela acaba por cortar los vínculos puestos a retenerla en el espacio de tanta decadencia y tanto desgaste. La secuencia final con ella sola ante el viento y otra noche de insomnio mientras Chiquita duerme plácidamente, y ya ida de la casa con únicamente el auto y las ilusiones renovadas, ante la posibilidad de volver a encontrarse con Angy, en tanto su pareja permanece inmóvil en el garaje vacío, cierra el libro de lo que ha sido su narrativa hasta entonces dejándola como una página en blanco a la espera de ser intervenida. Ello, dable de realizar por quien pueda llevarla con mano sabia por rutas más cercanas a su situación y sus apetitos en este momento de plena madurez, a fin de salir definitivamente de una crisálida muerta y alzarse hacia cielos más luminosos, lejos de las convenciones e intolerancias del mundo donde nació y ha vivido siempre.