Título: La casa de mi padre
Dirección: Gorka Merchán
Guion: Iñaki Mendiguren
Intérpretes: Carmelo Gómez, Emma Suárez, Juan José Ballesta, Verónica Echegui y Álex Angulo
Fotografía: Aitor Mantxola
País y año: España 2009
Duración: 100 minutos
El llamado terrorismo de baja intensidad o “kale borroka”, protagonizado por jóvenes antisistema en el País Vasco, Navarra y el País Vasco francés, como respuesta a las deficiencias de las estructuras políticas y sociales culpables del sentimiento de marginación que experimentan las nuevas generaciones, tiene en “La casa de mi padre”, ópera prima de Gorka Merchán, un intenso desarrollo desde la perspectiva de quienes han estado muy cerca o han sido víctimas del terror.
Si bien ETA anunció el cese definitivo de su actividad armada en 2011 y la autodisolución en 2018, sus ideas siguen vivas en muchas políticas del Gobierno vasco, que pensando en la ideologización de los más jóvenes, diseñó un programa educativo para explicar la Historia reciente (1960-2018) en las escuelas, pero no fue aprobado ante las críticas de los grupos involucrados, es
decir, las asociaciones de víctimas del terrorismo, los intelectuales, historiadores y empresarios. Y esta es, específicamente, la visión transparentada en el guion de la película, donde la lucha del protagonista contra el franquismo es vista dudosamente por los simpatizantes del grupo terrorista, pues estaba del lado equivocado al ser un empresario. “Te veían tan abertzale, tan católico. El hombre respetable que después de comulgar paga hasta el último céntimo”, le reprocha el hermano en su lecho de muerte, refiriéndose al impuesto revolucionario que ETA extorsionaba de los empresarios, si no querían ser asesinados, y que él se negó a pagar.
Txomi, tras diez años de exilio en Argentina, a donde se marchó con su esposa e hija por temor a las amenazas, regresa para despedirse del hermano, en un momento cuando el cese al fuego de la organización y la apertura de negociaciones con Batasuna y el Gobierno central parecían haber dado una pausa a la violencia. Este viaje de vuelta, sin embargo, le hará entender que los odios e intolerancias, espoleados abierta o tácitamente por algunas asociaciones políticas vascas, siguen latentes en el sentir de la gente.
“Aunque te sonrían y sean amables contigo, te odian con todas sus fuerzas”, clama la esposa, incómoda ante el tratamiento recibido por parte de antiguas amistades y familiares. De hecho Ane, la cuñada cuyo hermano pertenecía al grupo terrorista y fue asesinado, comparte los principios de la organización y mientras pinta un retrato de su sobrina Sara le explica su versión de las cosas, que por supuesto es diametralmente opuesta a la de la madre. Ello patentiza la imposibilidad de comunicación entre ambas partes, augurando más tensiones en el futuro. De hecho, tras unos meses de tregua ETA rompió las negociaciones con el Gobierno y entró en otra fase de violencia con atentados y asesinatos, demostrando que las diferencias, en la búsqueda de un término medio satisfactorio para todos, eran imposibles de superar además de avivar ese fracaso el nacionalismo a ultranza.
La quema de un autobús y un cajero bancario por parte de un grupo de jóvenes del pueblo, entre los cuales se encuentra Gaizka el sobrino de Txomi, espejea actos más extremos de las ramificaciones de ETA, incorporando a la diégesis el impacto de sus principios en quienes no encuentran su lugar en el nuevo orden y buscan, imitando el fanatismo de sus mayores, llevar al País Vasco hacia un tiempo regresivo rechazado por sectores más curtidos de la sociedad. “Son unos criminales, peor que alimañas. Es que los vascos vamos a tener que ir por el mundo con la cabeza gacha, avergonzados de haber nacido aquí”, se lamenta la abuela del muchacho, trayendo a un primer plano el sentir de la mayoría silenciosa. Una mayoría, instrumental en su contribución, mediante la presión social, a la pacificación de Euskal Herria, sellada finalmente en 2018 gracias al Acuerdo para la normalización y pacificación de Euskadi, aceptado por las distintas fracciones políticas y gubernamentales.
El diálogo entre la sociedad civil, las instituciones democráticas y el grupo armado es sin embargo una utopía para los protagonistas del film, inmersos en la red de sectarismos e intransigencias donde se muestra lo peor de la condición humana, de la cual ya André Malraux recalcó los obstáculos para obrar siguiendo los principios e ideales más altos, siempre pisados y traicionados por los intereses de los grupos de poder, dables de manipular a los sectores más maleables. Una verdad que el fracaso de las negociaciones entonces entre Gobierno y ETA, redundó en una escisión todavía mayor de la gente, separando también a las familias.
“—Germán, ¿tú crees que Gaizka sería capaz de pegarle fuego a mi casa? —Eres el enemigo, o lo que es lo mismo simple basura; y lo que hacen es quemarla como hacían los nazis. —Pero es mi sobrino. Además es un crío. —¿Y qué? Si es que tiene la cabeza llena de odios. Si no te ve como su tío, te ve como un traidor”, conversan los dos amigos, poco antes de que Germán sea cobardemente asesinado por la espalda, debido a sus escritos en una columna periodística denunciando el estado de sitio en el pueblo como consecuencia de los atentados y amenazas de los extremistas. Y es que poner la culpa de sus acciones en los intelectuales, el Estado, la policía, los empresarios o los opositores en general, es la estrategia obligada de quienes utilizan todos los medios a su alcance para intimidar, doblegar y someter, en aras de un ideal que ha perdido el valor, al haber sido degradado y tergiversado para amoldarlo a sus turbias agendas.
“Algunos periodistas nos hacen mucho daño con las mentiras que escriben”. “Esta situación no la empezamos nosotros”. “Bush, Blair, Sharon, habría que ver quiénes son los verdaderos terroristas”, le confía Ane a la sobrina en sus encuentros pictóricos, buscando atraerla hacia su campo. “Esto es odio, Sara. El fascista que me hizo esto con once años, simplemente por hablar en euskera”, añade mostrándole una marca sobre la mejilla, como chantaje emocional mediante un episodio sacado de contexto pues ocurrió durante el franquismo, no en democracia, y no fue privativo del País Vasco ya que en todas las autonomías la obligación era hablar en cristiano, so pena de abusos e incluso cárcel. Una muestra más de la bota dictatorial, firmemente emplazada sobre la Península hasta la muerte del Caudillo, y de la cual se apropió ETA una vez restablecida la constitucionalidad, porque su proyecto separatista estaba ya por encima de toda legalidad.
La manipulación de la Historia resulta ser entonces otra de las tácticas utilizadas por quienes buscan aplastar con la suya la verdad y la convivencia pacífica, llevados por la xenofobia, el racismo, la homofobia, los prejuicios y las propias inadecuaciones a una realidad que detestan, pues existe por encima de sus particulares intereses. “No quiero nada de traidores”, le había ya echado en cara a Txomi el sobrino, antes de que se lo refrendara Germán a raíz del fallecimiento del padre, cuando trató de confortarlo ofreciéndole toda la ayuda necesaria para salir adelante. Ello, dentro de un marco político-social de gran tensión, que la cámara recoge documentando los grafitis con mensajes revolucionarios de ETA en las paredes, y que no se atreven a borrar porque, como le confiesa un funcionario gubernamental al empresario, “ya sabes lo que hay”. Igualmente, el despliegue de propaganda de símbolos separatistas en lugares públicos, los piquetes en apoyo a los terroristas frente a la casa de Germán y las indirectas cargadas de venenosa ironía que la esposa sufre de antiguas conocidas cuando va a hacer la compra, son expresiones claras de las maniobras de la organización para separar y enfrentar, en tanto planea como sombra sobre el territorio nacional.
Tal ambiente de crispación, pervasivo en durante casi seis décadas, permea la atmósfera cinemática y enmarca el desarrollo secuencial, estructurado en base a escenas cortas donde dos o más caracteres conversan y van poniendo en perspectiva visiones opuestas del conflicto con el que convivían entonces y conviven aún, si bien con menor intensidad. Y es que en los últimos años el aumento de las tensiones entre Cataluña y el Gobierno central y la escalada del movimiento independentista catalán, le han quitado protagonismo al País Vasco, abriéndose otro frente de nacionalismos encontrados que amenaza la integridad territorial del país, y por ende su lugar dentro de la Unión Europea.
La atomización del territorio español, como sucedió con desastrosos resultados en varios países de la Europa del Este, en un momento de grandes retos para la Unión Europea dada la escalada autocrática de las grandes potencias, tendría igualmente funestas consecuencias para la sociedad en general. Ello, aunado a las incertidumbres representadas por la pandemia del coronavirus, causante de la mayor crisis económica global desde la Gran Depresión, exige unidad dentro de la diversidad. Porque el respeto a las diferencias culturales debe ser tan importante hoy, como la voluntad de los gobiernos autonómicos para juntar en vez de dividir, a fin de lograr la sobrevivencia de las naciones y sus habitantes.
Este reto recae fundamentalmente en los jóvenes, quienes tienen el deber de poner a un lado sus discrepancias personales en aras del bien común. Algo que la película toca de soslayo en la relación entre los primos. Sara y Gaizka, a pesar de haber crecido en lados opuestos del Atlántico, comparten el apego a la tierra donde nacieron; si bien Sara tiene una visión más amplia e inclusiva, abogando por una salida pacífica y negociada. “Los problemas se solucionan hablando, no a tiros”, le señala a su tía Ane, en tanto le recrimina al primo el haber participado en las demostraciones de fuerza contra su propia gente, aunque desde un lugar sin lugar producto de una identidad fragmentada. “No soy de allá pero tampoco soy de acá del todo. Entonces, ¿de dónde soy?”, interpela al padre, para quien, parafraseando a Benjamin Franklin, el lugar de pertenencia está ligado a la libertad con que se pueda vivir en él.
La carencia de esa libertad en la geografía donde tienen sus raíces hace entonces imposible el regreso. “Las cosas no han mejorado Sara”, registrará, reiterando las dificultades de todas las partes involucradas para encontrar una resolución pactada a un conflicto armado, considerado el más largo de la Europa moderna, el cual es para ella el llamado a una lucha que no quiere protagonizar aunque lo reconoce en su primo como un hecho consumado.
“—Hablan de la situación de Euskal Herria, de los presos, de las torturas; todas esas cosas. —¡Guao! ¿No tienen canciones de amor los borrokas? —¿Por qué dices eso? —¿Qué? ¿Canciones de amor o borrokas? Porque ustedes son borrokas. —No. Eso es mentira. Eso lo habrás oído tú por ahí afuera”, sostiene Gaizka al salir con ella de un bar donde actuaba un grupo de la zona, mostrando la turbación que le causa el ser señalado con toda normalidad como terrorista por su propia prima.
La negación del estrecho marco donde se estancan las perspectivas de futuro del muchacho contrasta con la visión afirmativa y abierta de la joven, quien rechaza el etnocentrismo del primo en aras del respeto y el reconocimiento de la pluralidad desde un nuevo movimiento social del cual puedan participar todos los vascos por igual. Pero tal acción es todavía una utopía en el contexto donde se desarrolla la película; de ahí que las buenas intenciones vayan diluyéndose a medida que se acumulan los rencores, impidiéndoles a los protagonistas recuperar el lugar perdido cuando debieron exilarse. “¿Y seremos una familia normal?”, interroga la madre de Sara, hastiada del acoso y el fanatismo.
El quimérico deseo de normalidad irá sin embargo alejándose en tanto más se cierre el cerco en torno a ellos. De hecho la negativa de Txomi a tener escolta, pues se considera “un tipo normal y corriente”, aun cuando su esposa le recuerde que sigue amenazado, acabará sellando su suerte; y la esperanza de Sara de que las cosas mejoren quedará hecha añicos, una vez el padre haya sido ejecutado, como lo fue Germán, pero por una joven de su misma generación. Ello cambiará completamente su percepción del lugar donde nació y creyó que podría recuperar en este viaje, poniéndola de tú a tú con el terror, al enfrentarla al asesinato a sangre fría de lo más querido. Aquí la muerte cobra visos insospechados para ella, pues nunca imaginó que aquellos a quienes tildaba frívolamente de borrokas serían los verdugos y movilizarían en ella un proceso de reconocimiento de su propio yo en el mal. Un proceso, donde Euskadi como casa quedará en suspenso hasta que “las cosas”, a las cuales se refería su padre, alcancen, si no a resolverse, al menos a permitir una convivencia pacífica dentro de las fronteras patrias.
El encuentro de Sara con Gaizka en el cementerio, antes de iniciar el viaje inverso de regreso a Argentina, será el punto final de una jornada donde ambos se han visto en la necesidad de poner en perspectiva prioridades y creencias; cada uno en su particular espacio. El del joven, mediante un replanteamiento de su situación dentro de la lucha política que no le lleve a convertirse en un criminal; y el de la muchacha, a través de la reconsideración de su lugar entre la patria ancestral y la adoptada, donde la casa del padre como continente de su pasado, dudas y “complejos en toda su ambigüedad”, la anclará a una responsabilidad ineludible. Por eso, a la pregunta de Gaizka, “¿Volverás?” ella responderá: “aquí está la casa de mi padre, tengo que cuidarla”.
Cuidar la casa propia y la de todos los vascos, “sin que nadie tenga derechos por encima de los demás” es entonces el reto planteado por el realizador, quien aboga igualmente por una territorialidad inclusiva donde se respeten las diferencias, sin imposiciones externas ni coerciones internas. Estas iniciativas, unidas a la revisión de las razones y consecuencias del terrorismo, que los medios de comunicación han abordado para quienes no lo vivieron o habían querido borrarlo de su imaginario, podrán ajustar y reajustar perspectivas, ampliar percepciones, resolver misterios y desvanecer mitos, además de exponer los males de los discursos y políticas de dominación por parte de los grupos de poder.
En tal sentido, tres series de televisión producidas en los últimos tiempos presentan perspectivas distintas de ETA y sus alcances: “ETA, el final del silencio” (2019), dirigida por Jon Sistiaga y Alfonso Cortés-Cabanillas, “La línea invisible” (2020), dirigida por Mariano Barroso y “Patria” (2020), bajo la dirección de Aitor Gabilondo. Reconocer y entender la Historia, a través de estas y otras iniciativas, especialmente pensando en las nuevas generaciones, será fundamental para impedir caer en los mismos errores, que llevaron al terror y la violencia por tantas décadas en nombre de los nacionalismos más extremos.
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